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RUTA 40 NEUQUÉN

Por en 7 marzo, 2014

Cuando pasamos Malargüe empezó la parte de ripio que consistía en carreteras de piedras, tierra, asfalto roto, arenisca… viento fuerte, curvas, pendientes, lluvia, calor… vamos que un poco de todo…para los moteros un paraíso para mí un cague! era la primera vez que íbamos por este tipo de carreteras, no sabíamos cuando terminaban ni sabíamos que venía después de la siguiente curva. De vez en cuando nos cruzábamos un coche o una moto, pero difícil preguntar si íbamos en la dirección correcta y cuando había un desvío yo rezaba para que fuera el correcto. En un momento que paramos en un mirador un chico nos dijo que bordeáramos el río, y así hicimos…pero a veces el río se iba para otro lado que no había carretera! El mismo chico nos dijo que tuviéramos mucho cuidado entre Buta Ranquil y Chos Malal porque había vientos huracanados! Casi me da algo! y para variar íbamos con poca agua y poca batería en las cámaras…

Hubo momentos de máxima tensión (para mí, Juan estaba en su salsa) en que la moto culeaba, el ripio me hacía rebotar del asiento, pero como nos dijo Walter «nunca dejes de darle gas sino te caes» así que culeábamos pero Juan controlaba la situación, yo me agarraba como una garrapata y de pronto una de las maletas se cayo! Empecé a gritar ¡Juan la maleta! él ni se había dado cuenta. En mi cabeza pasó lo peor, pensé que la maleta se había roto, o el soporte, y ¡¿cómo la íbamos a enganchar si estaba roto el soporte?! Cuando llegamos a la maleta (100 metros atrás) vemos que está todo bien, no se ha roto nada, ni el soporte, uff menos mal. El corazón me latía a mil, teníamos la garganta seca de tragar tierra, pero cuando mirábamos a nuestro alrededor flipábamos del paisaje, de ver caballos sueltos en medio de la nada, de ver caminitos de tierra que se adentraban en las montañas o incluso de ver carteles que indicaban un refugio, una escuelita… yo me preguntaba cómo hace la gente para vivir ahí, en esas tierras inhóspitas a kilómetros de un hospital o mercado. No se veía gente, sólo su rastro. De vez en cuando el viento levantaba una columna de polvo que se cruzaba en nuestro camino. Os juro que tenía el corazón en la garganta.

Cuando terminó el ripio me di cuenta que todo esa tensión era fruto de enfrentarme a lo desconocido. Yo me repetía «esta es la ruta 40, la mítica ruta 40, lo han hecho en moto, en bici, en caravana»… pero yo nunca lo había hecho así que el miedo a estar entre la inmensidad me hacía pensar cosas feas. Después nos encontramos varios moteros que nos saludaban al pasar. Respiré hondo y pensé, es la ruta 40, hay que disfrutarla!

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